Tenemos talento. La gente dice
que somos los poetas líderes de la época.
Todo mal, nuestros hogares son humildes
y nuestro reconocimiento trivial.
Famélicos, con ropa gastada, la servidumbre
nos trata con desprecio. En la plenitud
de la vida, nuestros rostros están arrugados.
Quién se preocupa de alguno de nosotros
o de nuestras familias? Estamos condenados
a leernos los unos a los otros.
Nuestros poemas serán transmitidos
con los de los grandes poetas muertos.
Podemos consolarnos.
Por lo menos tendremos descendencia.
[En el libro La luna brilla fría sobre los huesos blancos. Versión de Daniel Durand]