Durante los otoños de Crespo
nos pasábamos imaginando la vida
de nuestras madres en la España
de pos guerra. Nunca tocábamos el tema,
sólo recreábamos difusamente
los días cotidianos cada uno por su cuenta.
Mi primo nos enseñaba algunas palabras
en guaraní, otras en alemán,
mientras observábamos una especie
de bosque en la cuadra de enfrente.
Inverosímil, ahí vivía la Porota
rodeada de gatos negros, grises y blancos.
A la tarde jugábamos unas partidas
de ajedrez y después íbamos a la plaza
a hamacarnos y correr hasta cansarnos.
A la tarde volvíamos destruidos
para charlar con nuestra abuela Carmen.
Ella nos contaba que durante la guerra civil
solamente comía papeles pasados por agua.
De fondos escuchábamos temas
de Beethoven y de Mozart
que mi primo interpretaba tenebrosamente
en su piano.
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