“Aquí la obscenidad fue desnucada: “la fiesta de todos”
se consumó encima de un país sembrado de muertitos sin
sitio para ser llorados”.
[Rodolfo Braceli]
En plena matanza, los militares argentinos habían organizado el campeonato mundial de fútbol número once, y así rindieron homenaje, una vez más, a Hitler y a sus juegos olímpicos de 1936.
Pero cuarenta y cuatro años antes, Benito Mussolini ideó las bases para armar copas del mundo que gocen de impunidad ante la evidencia del horror.
Los manuales de historia nacional dice que el mundial de 1978 fue ganado por la selección que dirigió César Luis Menotti, pero la memoria denuncia que fueron 30.000 los seres humanos desaparecidos y matados antes, durante y después del torneo.
Como se sabe, a mil metros del estadio Monumental funcionaba el Auschwitz argentino. En la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) murieron desangrados cientos de miles de personas, al tiempo que los jugadores de fútbol de varios países hacían goles.
José Pablo Feinmann en su ensayo Pensar y escribir después de la ESMA, escribió y pensó con habitual claridad:
—La ESMA implica un quiebre en la cultura argentina. No porque antes no existieran el crimen y la tortura sino porque nunca existieron con tal nivel de planificación, de frialdad metódica y porque nunca antes su existencia implicó el plan de la desaparición de los cuerpos.
1 comentario:
"no se si habrá de enloquecerse o así quedará aunque se disuelva el horizonte pero la verdad es que da impresión ver los blancos peces en un nylon cuando en realidad es tan temprano
Usualmente... sólo flotan cuerpos a esta hora"
Un aborrecido que se declaró eternamente épico.
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