Ignorancia [Philip Larkin]

Es raro no saber nada, no estar seguro
de qué es cierto o qué es justo o qué es real,
sino hablar con matices, eso creo, o bueno,
así parece, alguien debe saberlo.
Es raro no entender como marchan las cosas,
la astucia humana para hallar lo necesario,
su sentido formal, su puntual fecundar, sí,
es raro hasta el gastar ese conocimiento,
pues la carne nos ciñe con sus propias decisiones,
y pasar sin embargo la vida en vaguedades,
que cuando comenzamos a morir
no tenemos ni idea de porqué.

Los guns [Ariel Delgado]

Mi vecina escuchaba a los guns
cuando yo tenía 8 años.
Era fanática y adoraba la fama
como un triunfo a la eternidad.
En casa mi abuela se enojaba
por los parlantes a todo pedo
que aturdían sus pensamientos
de otra época.
Mi vecina nunca se dio cuenta
que el anonimato es la mejor arma
para los que son infelices.

Hoy escucho los guns
y mi abuela no recuerda el pasado.
La felicidad de ella depende
de verme a mí cantar
con un inglés de mierda.

-En "El último clásico", Ariel Delgado. Ese es otro que bien baila editorial.

Tota & Lela

Todo continúa [Sagrario Muncharaz]

Hermoso el día, pero no salgo afuera porque estoy en la casa de la escuelita que según parece no figura en el mapa. Cierro mis ojos en la siesta y me parece que estoy en mi casa escuchando risas de mis hijos y mi esposo en el comedor planeando algo de turismo. No quiero abrir mis ojos, quiero cerrarlo tan fuertes que solo mis oídos escuchen y creer que todo continúa.

Ser invisible bajo el sol [F. Casas]

(Leído al recibir el premio "Anna Seghers" en Alemania).


Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acogedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.
El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.
Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.


Berlín, noviembre de 2007