Dedicatorias

(a Mariano)

Uno.
Hace algunos años, no sé bien, escribí una nota de fútbol sobre Enzo Francescoli. De pequeño, con afectó, admiré las artes del jugador uruguayo y mucho lloré por él. Ahora, de grande, sólo quedan los recuerdos: cómo lo soñé, cuánto lo busqué en mis fantasías, por qué escarbé mi imaginación para recrear sus goles y miradas.

Dos.
La nota periodística iba a ser publicada en una revista de Santa Fe. Con cariño y estima escribí cada palabra, cada oración, todos los párrafos. La idea de redactar notas para un periódico de tirada mensual era, sobre todas las cosas, una tarea hermosa. Más allá de estar de acuerdo -o no- con los contenidos de la publicación, sus formas, ideas y modos, la misión me entusiasmaba, alteraba los días y predisponía mi subjetividad pasionalmente para entender las rarezas del fútbol.

Tres.
Si voy más allá de todo, ahora me estoy creyendo la idea que los textos escritos no tenían otro objetivo que seguir conquistando a la mujer bañada del sol moreno. Algo de rédito me devolvieron esos escritos de prensa y de poesía, si recuerdo los cariños dados por ella.

Cuatro.
Hasta el día en cuestión, los envíos de cada nota no sufrían acontecimientos extraordinarios (salvo algunas repercusiones: lecturas en radios, en escuelas, en facultades, impresiones caseras de algún escritor admirado por mi ilusión).

Cinco.
El hecho puntual me dio tristeza sobre cualquier posibilidad de ira, rabia y ganas de insultar. El editor del periódico, cuyo nombre (ni del editor ni del periódico) mencionaré aquí, suprimió con poca finura la dedicatoria escrita por mí.
—En la revista no ponemos dedicatorias –me comunicó, con poco amor, el dueño del periódico.

Seis.
¿Cómo? ¿Por qué? ¿En qué planeta está el altruismo que profesas? ¿Qué nombre tiene tu solidaridad? ¿Qué rostro cobra tu fraternidad?

Siete.
La dedicatoria del texto estaba dirigida a mi hermanito del alma Mariano. Con él aprendimos a ser muchos al mismo tiempo. El fútbol nos enseño, a los dos, todo aquello que la vida puede engendrar. Con el juego de la pelota supimos parir gestos de hermanos sin tener la misma madre. Nos enteramos de los olores del pasto y la dureza de la tierra. Los goles nos acercaron al sol y a las estrellas y nos hizo nacer, y luego volar.

1 comentario:

pio dijo...

uy, qué ganas de armar un picadito

te estuve leyendo y me gusta como escribís

espero que sigas teniendo el blog por más tiempo

el enzo es enorme