1.
Es fines de noviembre. Está por largarse una tormenta que parece feroz. Hace varios días que no llueve en la ciudad. Los días amarillos ya comenzaban a poner histéricos a los que no tenemos pileta en el fondo de nuestras casas ni aire acondicionado en las habitaciones. Empezábamos a no poder pensar cosas básicas por culpa del ardor de la naturaleza.
2.
Jugar al fútbol bajo la lluvia de verano es una experiencia trascendental. Pienso que todos los pibes deberían poder hacerlo antes de quemar la adolescencia, por lo menos. Tirarse en el barro para despejar una pelota o atajar un tiro al ángulo y caer sobre un charco marrón evita años de psicoanálisis, te convierte en un vicioso del arte y te predispone a pensar críticamente los discursos políticos.
3.
Pero no todo es tan bello y agradable. Arruinar una camiseta de fútbol con barro puede ser una situación horrible. Una vez me arrojé al piso para quitar una bocha y en el desliz barrial pinté de verde y negro una casaca trucha de la Lazio de Italia comprada en Balcarce hace 10 años. Creí que era el fin de mi relación con el fútbol por culpa de ese suceso. Al lavarla, zafé de un trauma mayor viendo que la mancha no era letal.
4.
Año a año me compro camisetas no originales del fútbol argentino y mundial. Mi boicot a las grandes marcas es falso: en realidad no tengo plata para comprarme la vestimenta verdadera de cada club. De todos modos, creo que no me compraría una remera de 400 pesos que en algunos casos puede ser tan bonita como la copia que venden en Once o en calle Perú.
5.
Yo no entendía por qué los jugadores son amonestados cuando se sacan la camiseta al festejar un gol. Alguien lo dijo en algún lado: las grandes marcas presionaron a los organizadores de los torneos profesionales de fútbol para evitar la rebeldía. Las fotos y tomas más cotizadas –justamente– muestran a los jugadores gritando un gol pero con la remera pegada al cuerpo, las marcas en primer plano, ventas aseguradas.
6.
Mis camisetas: cuatro de River de distintas épocas, Lazio de Italia, Milan de Italia, Valencia de España, selección de Escocia, selección de Uruguay, Chivas de México y Toluca de México. Ferro de Concordia y Patronato (una del apartado softbol comprada a dos pesos en una feria).
7.
No tengo ninguna camiseta del Barcelona, tan bella que es. Estamos viendo, domingo tras domingo, al mejor equipo de nuestras vidas. Todos nosotros moriremos sin volver a gozar algo similar. Una situación descomunal. Once sujetos haciendo pasar la pelota de un lado para el otro sin posibilidad alguna de descifrar el recorrido. Como toda magia, el Barcelona de Pep Guardiola es un verdadero misterio. Aunque las victorias por 4, 5 u 8 a 0 parezcan en algún punto, a esta altura, aburridos. Nada de eso.
8.
El 5 a 0 del Barcelona al Real Madrid del 29 de noviembre del 2010 fue uno de los partidos más gloriosos de los últimos tiempos. El valor está justamente en una nueva versión de un Madrid invicto, súperpoderoso, invencible. Hasta que se encontró con los nenes de Pep, con la selección española + Messi. “El Barcelona no ha cambiado su forma de jugar, lo hizo como siempre”, dijo Guardiola al finalizar el encuentro. Además dijo: “No somos el mejor equipo del mundo. Hay que tener humildad para que el tiempo decida qué fuimos en el fútbol. Ahora es fácil decir que somos mejores. El reto es terrible: abstraerse de los millones de elogios que recibiremos". En España le dicen “Qué baño” al baile blaugrana contra los merengues.
9.
Sergio “Checho” Batista, flamante DT de la Selección celeste y blanca dice: "Me gustaría que la selección juegue como Barcelona".
10.
En el año 1992 el mismo Barcelona dirigido por el maravilloso holandés Johan Cruyff, un verdadero educador del fútbol, sacó a pasear su fútbol por todo el planeta. Una orquesta llena de sorpresas. En el medio campo, justamente, jugaba un niño llamado Josep Guardiola. Casi 20 años después, ¡el mismo Pep inventó un equipo superador de aquél Dream Team del 92!
11.
Sí: Maradona también jugó en el Barcelona. Como Messi.
-Publicado en La Chancleta
Mostrando las entradas con la etiqueta Notas de prensa. Mostrar todas las entradas
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Estrellas negras tatuadas
[1]
En Tres Cruces, la terminal de colectivos más grande de Uruguay, hay un solo pasajero con la camiseta verde y roja de Rampla Juniors, el equipo del barrio Cerro. No se ven hinchas de Peñarol y tampoco de Nacional, aunque la escena esté decorada con los colores y escudos de estos dos cuadros.
[2]
Las veces que hablamos de fútbol, debíamos nombrar a los equipos como "cuadros". A veces se tiende a comparar el bipartidismo de River y Boca con el de Peñarol y Nacional. En Argentina, todos saben que San Lorenzo, Racing e Independiente también cuentan. Y ahora más que nunca están bien sólidos Estudiantes y Vélez.
[3]
Defensor Sporting Club, del parque Rodó, hace algunos años que incomoda el reinado de los dos grandes de Uruguay. Gana títulos y exporta gladiadores como Silva y Fernández, entre otros. La camiseta de Defensor es toda lila o violeta con vivos blancos y calza en los cuerpos a pocos pasos del río mar.
[4]
Paraje marítimo del departamento Rocha. Acampando no tan lejos de la frontera con Brasil, los visitantes montevideanos soportan el viento hablando de fútbol, música y las diferencias entre el dulce de leche uruguayo y argentino. No se olvidan de contar la cantidad de fanáticos de Nacional y Peñarol y los pocos seguidores del resto de los clubes.
[5]
El país que tocó la gloria en julio de 2010, al conquistar el cuarto puesto de un mundial de fútbol, cuenta con 16 equipos en el torneo más importante. Central Español, Tacuarembó, Defensor Sporting, Rampla Juniors, Racing , Fénix, Danubio, Liverpool, Bella Vista, Miramar Misiones, Peñarol, Cerro, Nacional, Wanderers, El Tanque Sisley, y River Plate se disputan cada domingo las planas de los diarios, aunque los espacios estén reservados para el Carbonero y para el Bolso. Peñarol y Nacional es charla de consorcio todos los días del año.
[6]
Cómo sucedió, no sabemos. En el medio de una conversación futbolera se coló el dato de que en Castillos, cerca de Valizas y Aguas Dulces, el índice de suicidios es el más alto del país.
[7]
El colectivo que nos lleva por los pueblos grises entra en Castillos. Lo primero que te da la bienvenida es una sala de velatorios.
[8]
Ver un River Boca en otro país, aunque el partido no valga en puntos, tiene sus condimentos. El resultado final fue un 1 a 1 insulso. Apenas un par de errores de cada lado, mucha marca y lucha, y el mejor disparo a puerta de Matías Almeyda en toda su carrera. Un quite veloz y zapatazo de mitad de cancha para el vuelo lúcido del arquero bostero. Hubiese sido el mejor gol de su carrera, pero terminó siendo el mejor tiro al arco de un jugador que explica cada partido con la sinceridad de alguien que no practica deportes profesionales.
[9]
En la puerta número 11 del estadio Centenario, antes de abonar 50 pesos uruguayos, preguntan de dónde somos. Hay descuento porque no nacimos porteños. Consultan por el corte en Gualeguaychú y se ríen. Por dentro, en el sector de tribunas medias, los detalles del campo de juego cobran más significado. En la tele pareciera imposible disfrutar de un partido, todo parece inmenso y lejano.
[10]
A la vera del mar hay por lo menos dos canchas de fútbol, ocupadas por rejuntes de brasileños, chilenos, argentinos y pobladores de la zona. Formas distintas de pasar y nombrar las cosas, remeras de bandas de rock, collares de semillas, artesanías, pieles secas y mojadas, lobos marinos muertos y mate. De fondo, el reggae digita el sonido en los paradores que facturan plata sin parar.
[11]
Frente a nosotros un ave marítima lucha contra la corriente de aire frío que viene del sur del mundo. Su ojo derecho, y la tensión por mantenerse al menos en el mismo lugar. El objetivo principal es avanzar a su guarida. Una chica pasa por abajo del pájaro. En su pierna derecha, a la altura del gemelo bien marcado, van tatuadas estrellas negras de distintos tamaños dispuestos con un desarreglo fatal.
-Publicado en La Chancleta. Marzo de 2011.
En Tres Cruces, la terminal de colectivos más grande de Uruguay, hay un solo pasajero con la camiseta verde y roja de Rampla Juniors, el equipo del barrio Cerro. No se ven hinchas de Peñarol y tampoco de Nacional, aunque la escena esté decorada con los colores y escudos de estos dos cuadros.
[2]
Las veces que hablamos de fútbol, debíamos nombrar a los equipos como "cuadros". A veces se tiende a comparar el bipartidismo de River y Boca con el de Peñarol y Nacional. En Argentina, todos saben que San Lorenzo, Racing e Independiente también cuentan. Y ahora más que nunca están bien sólidos Estudiantes y Vélez.
[3]
Defensor Sporting Club, del parque Rodó, hace algunos años que incomoda el reinado de los dos grandes de Uruguay. Gana títulos y exporta gladiadores como Silva y Fernández, entre otros. La camiseta de Defensor es toda lila o violeta con vivos blancos y calza en los cuerpos a pocos pasos del río mar.
[4]
Paraje marítimo del departamento Rocha. Acampando no tan lejos de la frontera con Brasil, los visitantes montevideanos soportan el viento hablando de fútbol, música y las diferencias entre el dulce de leche uruguayo y argentino. No se olvidan de contar la cantidad de fanáticos de Nacional y Peñarol y los pocos seguidores del resto de los clubes.
[5]
El país que tocó la gloria en julio de 2010, al conquistar el cuarto puesto de un mundial de fútbol, cuenta con 16 equipos en el torneo más importante. Central Español, Tacuarembó, Defensor Sporting, Rampla Juniors, Racing , Fénix, Danubio, Liverpool, Bella Vista, Miramar Misiones, Peñarol, Cerro, Nacional, Wanderers, El Tanque Sisley, y River Plate se disputan cada domingo las planas de los diarios, aunque los espacios estén reservados para el Carbonero y para el Bolso. Peñarol y Nacional es charla de consorcio todos los días del año.
[6]
Cómo sucedió, no sabemos. En el medio de una conversación futbolera se coló el dato de que en Castillos, cerca de Valizas y Aguas Dulces, el índice de suicidios es el más alto del país.
[7]
El colectivo que nos lleva por los pueblos grises entra en Castillos. Lo primero que te da la bienvenida es una sala de velatorios.
[8]
Ver un River Boca en otro país, aunque el partido no valga en puntos, tiene sus condimentos. El resultado final fue un 1 a 1 insulso. Apenas un par de errores de cada lado, mucha marca y lucha, y el mejor disparo a puerta de Matías Almeyda en toda su carrera. Un quite veloz y zapatazo de mitad de cancha para el vuelo lúcido del arquero bostero. Hubiese sido el mejor gol de su carrera, pero terminó siendo el mejor tiro al arco de un jugador que explica cada partido con la sinceridad de alguien que no practica deportes profesionales.
[9]
En la puerta número 11 del estadio Centenario, antes de abonar 50 pesos uruguayos, preguntan de dónde somos. Hay descuento porque no nacimos porteños. Consultan por el corte en Gualeguaychú y se ríen. Por dentro, en el sector de tribunas medias, los detalles del campo de juego cobran más significado. En la tele pareciera imposible disfrutar de un partido, todo parece inmenso y lejano.
[10]
A la vera del mar hay por lo menos dos canchas de fútbol, ocupadas por rejuntes de brasileños, chilenos, argentinos y pobladores de la zona. Formas distintas de pasar y nombrar las cosas, remeras de bandas de rock, collares de semillas, artesanías, pieles secas y mojadas, lobos marinos muertos y mate. De fondo, el reggae digita el sonido en los paradores que facturan plata sin parar.
[11]
Frente a nosotros un ave marítima lucha contra la corriente de aire frío que viene del sur del mundo. Su ojo derecho, y la tensión por mantenerse al menos en el mismo lugar. El objetivo principal es avanzar a su guarida. Una chica pasa por abajo del pájaro. En su pierna derecha, a la altura del gemelo bien marcado, van tatuadas estrellas negras de distintos tamaños dispuestos con un desarreglo fatal.
-Publicado en La Chancleta. Marzo de 2011.
Mates y olor a tierra mojada
“Está
el olor de los pastos recién
cortados en la vereda
ya no está”
-Damián Ríos
1
Mi hermana Trini me regaló Entrerrianos de Damián Ríos a fines del 2010. El resto de las obras de Ríos (Concepción del Uruguay, 1969) las fui leyendo por obsequios, préstamos de amigos y alguna compra mía.
2
Prácticamente a Entrerrianos lo leí entero en un viaje desde Concordia a Paraná, el verano pasado. El colectivo salió el día más caluroso del año seguido de una tormenta divina. Con relámpagos y rayos de fondo, con el agua golpeando las ventanas y los truenos marcando el andar del San José, fui comiendo cada página de una novela hecha con pedazos de textos en prosa pero que alguna vez fueron poemas en verso.
3
Nunca me puedo aprender poemas de memoria. Entonces cada vez que leo uno varias veces en distintas épocas lo hago con la misma sorpresa que la primera vez. Es increíble. Eso está bueno porque no se repiten los versos como se dicen de memoria letras de canciones de rock, que perdieron toda capacidad de misterio. La poesía es otra cosa.
4
A El perro del perro del poema lo leí entero mientras cuidaba a mi papá en la clínica un verano espantoso. Todas las noches agarraba el libro flaquito y largo como una pistola y al azar y en voz baja tiraba los versos de un libro que compila poemas publicados en distintos lugares.
5
Las historias que componen Entrerrianos son fragmentos de recuerdos, muchos de ellos de Concepción del Uruguay. Es una novela sobre una familia, sobre la muerte de una madre, las charlas entre un chico huérfano y su padre viudo. Abuelas, tíos, primos, vecinos, novias y amigos de la adolescencia que aparecen y se van antes que termine la página.
6
Dentro de Entrerrianos (Mansalva, 2010) está metida la novelita Habrá que poner la luz, publicada por Eloísa Cartonera. Ese fue el origen de esta nueva novela hecha con retazos viejos.
7
Sobre La pasión del novelista, otro de los libros de Damián: “Lo único que puedo decirte es que son textos dictados por una voz que creí escuchar con mucha claridad hacia fines de los 90 y que crecieron al calor de lecturas y discusiones cuando yo no tenía ningún proyecto afuera de la literatura”.
8
Todo el tiempo vuelvo a las lecturas de sus libros. Siempre los tengo a mano, ubicados en distintos puntos de mi pieza. Uno arriba de la pc, otro sobre el escritorio, un par sobre la mesa de luz, otro al lado de la cama. No es necesario que diga que quiero robar sus tonos y temas y reversionarlos con mi propia historia de fondo. Es lo que hago.
-Publicado en Laurentino (www.culturaenparana.com.ar)
Las aventuras de un entrerriano en Buenos Aires
“¡Fresca como la lluvia de verano colmando las canaletas del techo de mi casa en Paraná, e inundando el patio a borbotones!”
Ricardo Zelarayán
Hace 70 años nació en Paraná el narrador y poeta Ricardo Zelarayán. En su juventud partió hacia Buenos Aires para emprender la búsqueda de otras experiencias, quizás para utilizar en sus escritos o quizás sin objetivos específicos.
Entre fines de 1974 y principios de 1975, Zelarayán escribió un libro fundamental para la literatura: La piel de caballo. El libro fue publicado recién 11 años después, en 1986. Si se quiere, su primera edición es una especie de milagro que debemos agradecer al azar y a la sensibilidad del editor.
Zelarayán cuenta a menudo que su historia está marcada por la pérdida de originales manuscritos de varias de sus novelas y poemas. En cada mudanza, por descuido o con intención, abandonó gran parte de su obra. Una segunda edición fue posible a fines de la década del 90 por Adriana Hidalgo Editora en 1999.
Como un caballo
El tono de La piel de caballo está marcado por varias frases típicas muy posiblemente de provincias del litoral, un lenguaje absolutamente coloquial. La trama de la obra está sostenida por un par de historias paralelas: los amoríos del protagonista que es parananese (hay referencias a lugares la capital entrerriana: Plaza Sáenz Peña y otros) y las andanzas de un grupo de compañeros por algunos barrios de Capital Federal, como Once, y Caballito, y sitios de la provincia de Buenos Aires.
En varios pasajes de la historia se repite la frase “la piel de caballo” como un pedazo de poema en prosa que intenta dar sentidos a esa aventura de un entrerriano en una ciudad descomunal. La comunidad extranjera y criolla en Buenos Aires vive en una especie de caos organizado: un español, un italiano, una gallega, salteños, entrerrianos, cuyanos unidos por la desolación de una ciudad implacable.
Es inevitable no pensar en el mexicano Juan Rulfo, cuando se piensa en Ricardo Zelarayán. Tampoco se puede obviar algunas referencias a Roberto Arlt. De algún modo, varios tramos del libro son interpretaciones y relecturas de algunos de los textos de Rulfo, cuando los tramos hacen referencia a lugares desolados del interior del país, y a Arlt, cuando otros párrafos pintan una Buenos Aires bien urbana.
"En fin, un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor del mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza se vuelven más intensas y les sirve a otros para decir algo que no sabían cómo decir", reflexiona el escritor Fabián Casas.
-Publicado en Diario Uno, en noviembre de 2010.
Ricardo Zelarayán
Hace 70 años nació en Paraná el narrador y poeta Ricardo Zelarayán. En su juventud partió hacia Buenos Aires para emprender la búsqueda de otras experiencias, quizás para utilizar en sus escritos o quizás sin objetivos específicos.
Entre fines de 1974 y principios de 1975, Zelarayán escribió un libro fundamental para la literatura: La piel de caballo. El libro fue publicado recién 11 años después, en 1986. Si se quiere, su primera edición es una especie de milagro que debemos agradecer al azar y a la sensibilidad del editor.
Zelarayán cuenta a menudo que su historia está marcada por la pérdida de originales manuscritos de varias de sus novelas y poemas. En cada mudanza, por descuido o con intención, abandonó gran parte de su obra. Una segunda edición fue posible a fines de la década del 90 por Adriana Hidalgo Editora en 1999.
Como un caballo
El tono de La piel de caballo está marcado por varias frases típicas muy posiblemente de provincias del litoral, un lenguaje absolutamente coloquial. La trama de la obra está sostenida por un par de historias paralelas: los amoríos del protagonista que es parananese (hay referencias a lugares la capital entrerriana: Plaza Sáenz Peña y otros) y las andanzas de un grupo de compañeros por algunos barrios de Capital Federal, como Once, y Caballito, y sitios de la provincia de Buenos Aires.
En varios pasajes de la historia se repite la frase “la piel de caballo” como un pedazo de poema en prosa que intenta dar sentidos a esa aventura de un entrerriano en una ciudad descomunal. La comunidad extranjera y criolla en Buenos Aires vive en una especie de caos organizado: un español, un italiano, una gallega, salteños, entrerrianos, cuyanos unidos por la desolación de una ciudad implacable.
Es inevitable no pensar en el mexicano Juan Rulfo, cuando se piensa en Ricardo Zelarayán. Tampoco se puede obviar algunas referencias a Roberto Arlt. De algún modo, varios tramos del libro son interpretaciones y relecturas de algunos de los textos de Rulfo, cuando los tramos hacen referencia a lugares desolados del interior del país, y a Arlt, cuando otros párrafos pintan una Buenos Aires bien urbana.
"En fin, un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor del mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza se vuelven más intensas y les sirve a otros para decir algo que no sabían cómo decir", reflexiona el escritor Fabián Casas.
-Publicado en Diario Uno, en noviembre de 2010.
Apuntes sobre la pelota
“El fútbol es uno de los grandes inventos de la modernidad, y tiene una curiosa particularidad: podría perfectamente no existir. ¿Te has parado a imaginar, Villoro, un mundo sin fútbol? (…) Por eso el fútbol es, entre otras cosas, una de las grandes intrigas de la historia cultural del siglo XX. Muchas veces me he hecho la pregunta: ¿por qué el fútbol?”.
[Martín Caparrós, “¿Por qué el fútbol?”. Correspondencia con Juan Villoro. Letras Libres.com]
[1]
Cuando era chico me gustaba jugar al fútbol. Las veces que lo hacíamos, y cuando llevaba la pelota, yo no decía: “ahí la lleva Maradona, la tiene Maradona…” En realidad, a mi me gustaba relatar que yo era Enzo Francescoli. Sin embargo, mi pieza, en esa casa de La Paz, estaba cubierta de posters y afiches de Diego Maradona. Cada noche me acostaba mirando las fotos legendarias del 10 sacando pecho ante los defensores que miraban el número de su camiseta. Y me dormía feliz, a pesar de todo.
[2]
Más de 15 años después, me levanto y veo en la televisión una especie de pesadilla real: el equipo dirigido por Diego Armando Maradona abandona un mundial perdiendo feo por paliza. “Barrilete Cósmico” no llora porque mucho lloró en el mundial de Italia 90 en la final contra los alemanes. Qué bajito fue el nivel futbolístico, qué grande la esperanza previa, y qué hondo el bajón con el 4 a 0 posterior.
[3]
No sé por qué tenía esos posters de Diego en mis paredes. Me encantaba el fútbol, pero obviamente no recordaba nada del mundial del 86. Tenía dos años. Si recuerdo todo lo de Italia 90 que vimos por ATC. Años más tarde, comencé a verme todos los videos grabados con goles del 10 y no lo podía creer. Tanta magia no era posible. En cuanto pusimos cable por primera vez, la leyenda Maradona cobró realidad: tantas imágenes, partidos, entrevistas, repeticiones y discursos superaron mi subjetividad. Todo era cultural.
[4]
Otra vez estamos en el 2010. Veo pasar chicos y chicas con camisetas de Argentina. Observo las casitas de los suburbios sin puertas pero con banderas haciendo de cortina. La humedad de Anacleto Medina, Macarone y El Morro, toda pintada de celeste y blanco. Los pibitos salen a las calles y no pueden creer que el equipo de Diego haya perdido otra vez un partido fundamental para el ánimo popular.
[5]
Maradona explica, es sentimiento, después vendrá algo de la razón, un poquito nomás:
-El que le erra se toma el avión de vuelta –dice.
-No podés tener el mínimo error, acá es pasar o morir.
- Esto es una trompada de Muhammad Alí, no tengo fuerzas para nada –tira, se levanta y se va, hombre de ojos tristes, dolorido por la traición de sus patrones.
[6]
Ahora escribe el poeta Fabián Casas, días después de la lectura del comunicado de DAM anunciando que no seguiría al frente de la selección, apuntando, de cerca, a Julio Grondona y a Bilardo: “Me encanta ese final de Reservoir Dogs, de Quentin Tarantino, cuando todos se apuntan entre sí. Hay un minuto tenso y largo donde uno piensa que no van a disparar, pero al final lo hacen, todos, y se matan, quedan en el suelo como cascarudos patas para arriba en una playa ventosa de Necochea. Contemos los muertos: Bilardo, Mancuso, Maradona, Grondona, Grondonita, Basile, Basilito, Ruggeri, Enrique, etc., etc. Qué puntería descomunal. Aparte se tiran de cerca...”
[7]
Los vecinos de mi edificio salen a la calle desilusionados, se miran a las caras, no comprenden la tierra sin Copa del Mundo. Se pasan unos mates y reflexionan. Se preguntan cómo puede ser, siempre la misma historia, 20 años sin finales. Mientras tanto, a 10 mil kilómetros, en España dicen los periodistas: los entrenamientos más fuertes de la selección argentina fueron en materia de abrazos: abrazos antes del comienzo del partido, abrazos en los cambios, abrazos al final del partido.
[8]
Nuevamente, repasemos al escritor Fabián Casas: “Diego Maradona fue un jugador descomunal. Un rebelde táctico bendecido por un don. Los jugadores del porvenir deberían aprender eso de él. El maradonismo, en cambio, la alternativa Dalma, es un estado conservador –aunque a muchos librepensadores les parezca la encarnación de Charles Bukowski–, la perpetua repetición del error conceptual más doloroso para una persona: creer que el destino nos debe algo, que encarnamos el ser universal, que somos el pueblo elegido, la raza pura, los condecorados por Alá, puro merchandising barato y de corta duración, pero que suele costar sangre, sudor y lágrimas”.
[9]
Desde hace poco comencé a preguntarme por el fútbol. Pero no tengo nada claro. Por eso cuando me lo cuestiono, decido escribir cosas sobre la pelota. Quiénes son el fútbol, dónde sucede, cuándo. Por qué el fútbol.
-Publicado en revista La Chancleta, septiembre 2010, Entre Ríos.
[Martín Caparrós, “¿Por qué el fútbol?”. Correspondencia con Juan Villoro. Letras Libres.com]
[1]
Cuando era chico me gustaba jugar al fútbol. Las veces que lo hacíamos, y cuando llevaba la pelota, yo no decía: “ahí la lleva Maradona, la tiene Maradona…” En realidad, a mi me gustaba relatar que yo era Enzo Francescoli. Sin embargo, mi pieza, en esa casa de La Paz, estaba cubierta de posters y afiches de Diego Maradona. Cada noche me acostaba mirando las fotos legendarias del 10 sacando pecho ante los defensores que miraban el número de su camiseta. Y me dormía feliz, a pesar de todo.
[2]
Más de 15 años después, me levanto y veo en la televisión una especie de pesadilla real: el equipo dirigido por Diego Armando Maradona abandona un mundial perdiendo feo por paliza. “Barrilete Cósmico” no llora porque mucho lloró en el mundial de Italia 90 en la final contra los alemanes. Qué bajito fue el nivel futbolístico, qué grande la esperanza previa, y qué hondo el bajón con el 4 a 0 posterior.
[3]
No sé por qué tenía esos posters de Diego en mis paredes. Me encantaba el fútbol, pero obviamente no recordaba nada del mundial del 86. Tenía dos años. Si recuerdo todo lo de Italia 90 que vimos por ATC. Años más tarde, comencé a verme todos los videos grabados con goles del 10 y no lo podía creer. Tanta magia no era posible. En cuanto pusimos cable por primera vez, la leyenda Maradona cobró realidad: tantas imágenes, partidos, entrevistas, repeticiones y discursos superaron mi subjetividad. Todo era cultural.
[4]
Otra vez estamos en el 2010. Veo pasar chicos y chicas con camisetas de Argentina. Observo las casitas de los suburbios sin puertas pero con banderas haciendo de cortina. La humedad de Anacleto Medina, Macarone y El Morro, toda pintada de celeste y blanco. Los pibitos salen a las calles y no pueden creer que el equipo de Diego haya perdido otra vez un partido fundamental para el ánimo popular.
[5]
Maradona explica, es sentimiento, después vendrá algo de la razón, un poquito nomás:
-El que le erra se toma el avión de vuelta –dice.
-No podés tener el mínimo error, acá es pasar o morir.
- Esto es una trompada de Muhammad Alí, no tengo fuerzas para nada –tira, se levanta y se va, hombre de ojos tristes, dolorido por la traición de sus patrones.
[6]
Ahora escribe el poeta Fabián Casas, días después de la lectura del comunicado de DAM anunciando que no seguiría al frente de la selección, apuntando, de cerca, a Julio Grondona y a Bilardo: “Me encanta ese final de Reservoir Dogs, de Quentin Tarantino, cuando todos se apuntan entre sí. Hay un minuto tenso y largo donde uno piensa que no van a disparar, pero al final lo hacen, todos, y se matan, quedan en el suelo como cascarudos patas para arriba en una playa ventosa de Necochea. Contemos los muertos: Bilardo, Mancuso, Maradona, Grondona, Grondonita, Basile, Basilito, Ruggeri, Enrique, etc., etc. Qué puntería descomunal. Aparte se tiran de cerca...”
[7]
Los vecinos de mi edificio salen a la calle desilusionados, se miran a las caras, no comprenden la tierra sin Copa del Mundo. Se pasan unos mates y reflexionan. Se preguntan cómo puede ser, siempre la misma historia, 20 años sin finales. Mientras tanto, a 10 mil kilómetros, en España dicen los periodistas: los entrenamientos más fuertes de la selección argentina fueron en materia de abrazos: abrazos antes del comienzo del partido, abrazos en los cambios, abrazos al final del partido.
[8]
Nuevamente, repasemos al escritor Fabián Casas: “Diego Maradona fue un jugador descomunal. Un rebelde táctico bendecido por un don. Los jugadores del porvenir deberían aprender eso de él. El maradonismo, en cambio, la alternativa Dalma, es un estado conservador –aunque a muchos librepensadores les parezca la encarnación de Charles Bukowski–, la perpetua repetición del error conceptual más doloroso para una persona: creer que el destino nos debe algo, que encarnamos el ser universal, que somos el pueblo elegido, la raza pura, los condecorados por Alá, puro merchandising barato y de corta duración, pero que suele costar sangre, sudor y lágrimas”.
[9]
Desde hace poco comencé a preguntarme por el fútbol. Pero no tengo nada claro. Por eso cuando me lo cuestiono, decido escribir cosas sobre la pelota. Quiénes son el fútbol, dónde sucede, cuándo. Por qué el fútbol.
-Publicado en revista La Chancleta, septiembre 2010, Entre Ríos.
Ser invisible bajo el sol [F. Casas]
(Leído al recibir el premio "Anna Seghers" en Alemania).
Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acogedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.
El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.
Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.
Berlín, noviembre de 2007
Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acogedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.
El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.
Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.
Berlín, noviembre de 2007
Noticia: Miércoles 28, Barsa - Inter a las 15.45.
Mañana miércoles 28 de abril de 2010 juegan Barcelona versus Inter por la semifinal de la Champions League. En el partido pasado, los tanos vencieron 3-1 a los españoles. Nunca el equipo de Guardiola tuvo una misión tan compleja como esta. ¿Podrá Leo Messi repetir los 4 goles como lo hizo contra el fabuloso Ársenal? Si de verdad les gusta este deporte, no se pierdan el match. Increíblemente, este sábado, los jugadores del Barcelona aparecieron con una remera alentando a los hinchas a ver el partido.
En el 3-1 de Milan, Mourinho, que habla cinco idiomas a la perfección, mostró actitudes bastante miserables luego de la victoria de sus jugadores.
Alguna vez, Arsén Wegner, técnico francés del Arsenal dijo: "el idiota, cuando gana no se vuelve inteligente, sino más idiota".
Alguna vez, Pep Guardiola dijo que sus jugadores estaban preparados para la victoria y para la derrota, también.
En el 3-1 de Milan, Mourinho, que habla cinco idiomas a la perfección, mostró actitudes bastante miserables luego de la victoria de sus jugadores.
Alguna vez, Arsén Wegner, técnico francés del Arsenal dijo: "el idiota, cuando gana no se vuelve inteligente, sino más idiota".
Alguna vez, Pep Guardiola dijo que sus jugadores estaban preparados para la victoria y para la derrota, también.
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