Todo continúa [Sagrario Muncharaz]
Hermoso el día, pero no salgo afuera porque estoy en la casa de la escuelita que según parece no figura en el mapa. Cierro mis ojos en la siesta y me parece que estoy en mi casa escuchando risas de mis hijos y mi esposo en el comedor planeando algo de turismo. No quiero abrir mis ojos, quiero cerrarlo tan fuertes que solo mis oídos escuchen y creer que todo continúa.
Ser invisible bajo el sol [F. Casas]
(Leído al recibir el premio "Anna Seghers" en Alemania).
Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acogedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.
El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.
Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.
Berlín, noviembre de 2007
Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acogedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.
El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.
Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.
Berlín, noviembre de 2007
Luz de una nueva estrella [D. Durand]
Miro una foto en la que soy muy joven.
Los ojos muy abiertos y claros. Un rostro
sonriente a pesar que trato de ocultarlo.
Sé que en esta época pensaba que era viejo.
Sé que lo mismo pasa ahora.
En diez años más pensaré que hoy era joven
y sin embargo estoy mirando fotos viejas
y recordando el pasado.
Es imposible no caer en este abandono.
El deleite de saberse fuera de todo movimiento,
el placer de sentir el cuerpo hostigado por drogas,
deportes y complejos vitamínicos que lo electrizan
y después lo dejan blandamente
sobre las superficies y moldes que lo contienen.
La alimentación natural nos deja buenos y tontos.
La carne y el alcohol activan el cuerpo y la mente
y matan pronto.
El amor nos enloquece más rápido que el arte.
Los viajes nos dejan transparentes, los amigos pueden
traspasarnos con el dedo.
Vivir siempre en el barrio nos asegura un error duradero.
El trabajo aniquila nuestra voluntad.
La pareja aniquila el deseo y engendra
poderosas frustraciones.
Sólo podemos desplazarnos libremente
de derrota en derrota, real movimiento:
luz de una antigua estrella.
[En "Ruta de inversión", de Daniel Durand, Gog y Magog, 2007]
Los ojos muy abiertos y claros. Un rostro
sonriente a pesar que trato de ocultarlo.
Sé que en esta época pensaba que era viejo.
Sé que lo mismo pasa ahora.
En diez años más pensaré que hoy era joven
y sin embargo estoy mirando fotos viejas
y recordando el pasado.
Es imposible no caer en este abandono.
El deleite de saberse fuera de todo movimiento,
el placer de sentir el cuerpo hostigado por drogas,
deportes y complejos vitamínicos que lo electrizan
y después lo dejan blandamente
sobre las superficies y moldes que lo contienen.
La alimentación natural nos deja buenos y tontos.
La carne y el alcohol activan el cuerpo y la mente
y matan pronto.
El amor nos enloquece más rápido que el arte.
Los viajes nos dejan transparentes, los amigos pueden
traspasarnos con el dedo.
Vivir siempre en el barrio nos asegura un error duradero.
El trabajo aniquila nuestra voluntad.
La pareja aniquila el deseo y engendra
poderosas frustraciones.
Sólo podemos desplazarnos libremente
de derrota en derrota, real movimiento:
luz de una antigua estrella.
[En "Ruta de inversión", de Daniel Durand, Gog y Magog, 2007]
Consejo a un poeta [Patrick Galvin]
Sé chofer, dijo mi padre
y nunca te preocupes por la poesía.
Eso está muy bien para los ricos ellos pueden darse el lujo.
Lo que tú necesitas es dinero en el cinturón
uniforme gratis y muchos viajes.
Además, no hay nada en los versos.
Y todos los poetas son homosexuales rabiosos.
Quería ser poeta.
Otra cosa: nunca te cases
y si lo haces, cásate por dinero.
El amor, después de todo, viene solo
y cualquier puta vieja va a bailar por una libra.
Sigue mi consejo y sé chofer
El uniforme va a quedarte bien
el casamiento y los poemas seguramente te cegarán
y los poetas y enamorados están condenados al infierno.
Quería ser poeta.
¿Pero qué sentido tiene escribir poesía?
¿Le fue bien alguna vez a algún poeta?
Nunca encontré a uno que no fuera pobre
una presa de alguaciles, abogados y curas.
Sigue mi consejo y sé chofer
con tu aspecto seguramnte te va a ir bien
hasta podrías conocer a alguna viuda rica y vieja
que te deje una fortuna cuando muera
Quería ser poeta.
Bueno, revienta entonces, tus días son oscura
pobreza, miseria, matanza y pecado.
Los poemas que escribas no valdrán un centavo.
Y las mujeres con las que te cases te van a desangrar.
Sigue mi consejo y compra un revólver
y ya mismo dispárate en la nuca.
El Gobierno entonces podría juntar firmas
para que tu pobre padre no engendre otra vez.
[Traducción de Jorge Fondebrider en Antología "Poesía irlandesa contemporánea"]
y nunca te preocupes por la poesía.
Eso está muy bien para los ricos ellos pueden darse el lujo.
Lo que tú necesitas es dinero en el cinturón
uniforme gratis y muchos viajes.
Además, no hay nada en los versos.
Y todos los poetas son homosexuales rabiosos.
Quería ser poeta.
Otra cosa: nunca te cases
y si lo haces, cásate por dinero.
El amor, después de todo, viene solo
y cualquier puta vieja va a bailar por una libra.
Sigue mi consejo y sé chofer
El uniforme va a quedarte bien
el casamiento y los poemas seguramente te cegarán
y los poetas y enamorados están condenados al infierno.
Quería ser poeta.
¿Pero qué sentido tiene escribir poesía?
¿Le fue bien alguna vez a algún poeta?
Nunca encontré a uno que no fuera pobre
una presa de alguaciles, abogados y curas.
Sigue mi consejo y sé chofer
con tu aspecto seguramnte te va a ir bien
hasta podrías conocer a alguna viuda rica y vieja
que te deje una fortuna cuando muera
Quería ser poeta.
Bueno, revienta entonces, tus días son oscura
pobreza, miseria, matanza y pecado.
Los poemas que escribas no valdrán un centavo.
Y las mujeres con las que te cases te van a desangrar.
Sigue mi consejo y compra un revólver
y ya mismo dispárate en la nuca.
El Gobierno entonces podría juntar firmas
para que tu pobre padre no engendre otra vez.
[Traducción de Jorge Fondebrider en Antología "Poesía irlandesa contemporánea"]
Particulas
La luz blanca de otoño
toma por completo
la pieza de mi chica.
Esa palidez choca contra
el color marrón de la habitación:
el parqué, las ventanas,
la puerta, el placar y el viejo sillón.
Por un momento, vemos caer
partículas de polvo del techo
y advertimos que hay algo que nos iguala,
más allá de estar en una ciudad extraña.
[En "Valiant", 2010]
toma por completo
la pieza de mi chica.
Esa palidez choca contra
el color marrón de la habitación:
el parqué, las ventanas,
la puerta, el placar y el viejo sillón.
Por un momento, vemos caer
partículas de polvo del techo
y advertimos que hay algo que nos iguala,
más allá de estar en una ciudad extraña.
[En "Valiant", 2010]
Problemas con la vida
"Yo lo que tengo son problemas con la vida y los trabajo en poemitas". Damián Ríos.
Gente progre [E. Tagle]
"Me he dado cuenta
que toda mi vida
he vivido entre gente progre.
¡Pero no toda la gente
es así!.
Y también me dí cuenta
que debo acostumbrarme a eso.
¡Bueno, tampoco
que no voy a hacer nada!.
Alguna intervención
voy a hacer...."
¡Ay, hija!
¡Bienvenida a la vida!
que toda mi vida
he vivido entre gente progre.
¡Pero no toda la gente
es así!.
Y también me dí cuenta
que debo acostumbrarme a eso.
¡Bueno, tampoco
que no voy a hacer nada!.
Alguna intervención
voy a hacer...."
¡Ay, hija!
¡Bienvenida a la vida!
Lela & Tota
Vivo en una casa que tiene el tono de la última casa de mi abuela Lela. Los objetos viejos tienen el olor a los objetos de la antigua casona de ella.
Ya no puedo recordar ciertas cosas, pero cuando paro la pelota algunas imágenes se acomodan.
Entonces la cinta empieza a correr, y ahí están los primeros planos, el volumen en cero, Lela y Tota discutiendo por asuntos cotidianos insólitos.
-En "500 australes". Inédito.
Ya no puedo recordar ciertas cosas, pero cuando paro la pelota algunas imágenes se acomodan.
Entonces la cinta empieza a correr, y ahí están los primeros planos, el volumen en cero, Lela y Tota discutiendo por asuntos cotidianos insólitos.
-En "500 australes". Inédito.
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