Las aventuras de un entrerriano en Buenos Aires

“¡Fresca como la lluvia de verano colmando las canaletas del techo de mi casa en Paraná, e inundando el patio a borbotones!”
Ricardo Zelarayán

Hace 70 años nació en Paraná el narrador y poeta Ricardo Zelarayán. En su juventud partió hacia Buenos Aires para emprender la búsqueda de otras experiencias, quizás para utilizar en sus escritos o quizás sin objetivos específicos.
Entre fines de 1974 y principios de 1975, Zelarayán escribió un libro fundamental para la literatura: La piel de caballo. El libro fue publicado recién 11 años después, en 1986. Si se quiere, su primera edición es una especie de milagro que debemos agradecer al azar y a la sensibilidad del editor.
Zelarayán cuenta a menudo que su historia está marcada por la pérdida de originales manuscritos de varias de sus novelas y poemas. En cada mudanza, por descuido o con intención, abandonó gran parte de su obra. Una segunda edición fue posible a fines de la década del 90 por Adriana Hidalgo Editora en 1999.

Como un caballo
El tono de La piel de caballo está marcado por varias frases típicas muy posiblemente de provincias del litoral, un lenguaje absolutamente coloquial. La trama de la obra está sostenida por un par de historias paralelas: los amoríos del protagonista que es parananese (hay referencias a lugares la capital entrerriana: Plaza Sáenz Peña y otros) y las andanzas de un grupo de compañeros por algunos barrios de Capital Federal, como Once, y Caballito, y sitios de la provincia de Buenos Aires.
En varios pasajes de la historia se repite la frase “la piel de caballo” como un pedazo de poema en prosa que intenta dar sentidos a esa aventura de un entrerriano en una ciudad descomunal. La comunidad extranjera y criolla en Buenos Aires vive en una especie de caos organizado: un español, un italiano, una gallega, salteños, entrerrianos, cuyanos unidos por la desolación de una ciudad implacable.
Es inevitable no pensar en el mexicano Juan Rulfo, cuando se piensa en Ricardo Zelarayán. Tampoco se puede obviar algunas referencias a Roberto Arlt. De algún modo, varios tramos del libro son interpretaciones y relecturas de algunos de los textos de Rulfo, cuando los tramos hacen referencia a lugares desolados del interior del país, y a Arlt, cuando otros párrafos pintan una Buenos Aires bien urbana.
"En fin, un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor del mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza se vuelven más intensas y les sirve a otros para decir algo que no sabían cómo decir", reflexiona el escritor Fabián Casas.

-Publicado en Diario Uno, en noviembre de 2010.

Apuntes sobre la pelota

“El fútbol es uno de los grandes inventos de la modernidad, y tiene una curiosa particularidad: podría perfectamente no existir. ¿Te has parado a imaginar, Villoro, un mundo sin fútbol? (…) Por eso el fútbol es, entre otras cosas, una de las grandes intrigas de la historia cultural del siglo XX. Muchas veces me he hecho la pregunta: ¿por qué el fútbol?”.
[Martín Caparrós, “¿Por qué el fútbol?”. Correspondencia con Juan Villoro. Letras Libres.com]


[1]
Cuando era chico me gustaba jugar al fútbol. Las veces que lo hacíamos, y cuando llevaba la pelota, yo no decía: “ahí la lleva Maradona, la tiene Maradona…” En realidad, a mi me gustaba relatar que yo era Enzo Francescoli. Sin embargo, mi pieza, en esa casa de La Paz, estaba cubierta de posters y afiches de Diego Maradona. Cada noche me acostaba mirando las fotos legendarias del 10 sacando pecho ante los defensores que miraban el número de su camiseta. Y me dormía feliz, a pesar de todo.

[2]
Más de 15 años después, me levanto y veo en la televisión una especie de pesadilla real: el equipo dirigido por Diego Armando Maradona abandona un mundial perdiendo feo por paliza. “Barrilete Cósmico” no llora porque mucho lloró en el mundial de Italia 90 en la final contra los alemanes. Qué bajito fue el nivel futbolístico, qué grande la esperanza previa, y qué hondo el bajón con el 4 a 0 posterior.

[3]
No sé por qué tenía esos posters de Diego en mis paredes. Me encantaba el fútbol, pero obviamente no recordaba nada del mundial del 86. Tenía dos años. Si recuerdo todo lo de Italia 90 que vimos por ATC. Años más tarde, comencé a verme todos los videos grabados con goles del 10 y no lo podía creer. Tanta magia no era posible. En cuanto pusimos cable por primera vez, la leyenda Maradona cobró realidad: tantas imágenes, partidos, entrevistas, repeticiones y discursos superaron mi subjetividad. Todo era cultural.

[4]
Otra vez estamos en el 2010. Veo pasar chicos y chicas con camisetas de Argentina. Observo las casitas de los suburbios sin puertas pero con banderas haciendo de cortina. La humedad de Anacleto Medina, Macarone y El Morro, toda pintada de celeste y blanco. Los pibitos salen a las calles y no pueden creer que el equipo de Diego haya perdido otra vez un partido fundamental para el ánimo popular.

[5]
Maradona explica, es sentimiento, después vendrá algo de la razón, un poquito nomás:
-El que le erra se toma el avión de vuelta –dice.
-No podés tener el mínimo error, acá es pasar o morir.
- Esto es una trompada de Muhammad Alí, no tengo fuerzas para nada –tira, se levanta y se va, hombre de ojos tristes, dolorido por la traición de sus patrones.

[6]
Ahora escribe el poeta Fabián Casas, días después de la lectura del comunicado de DAM anunciando que no seguiría al frente de la selección, apuntando, de cerca, a Julio Grondona y a Bilardo: “Me encanta ese final de Reservoir Dogs, de Quentin Tarantino, cuando todos se apuntan entre sí. Hay un minuto tenso y largo donde uno piensa que no van a disparar, pero al final lo hacen, todos, y se matan, quedan en el suelo como cascarudos patas para arriba en una playa ventosa de Necochea. Contemos los muertos: Bilardo, Mancuso, Maradona, Grondona, Grondonita, Basile, Basilito, Ruggeri, Enrique, etc., etc. Qué puntería descomunal. Aparte se tiran de cerca...”

[7]
Los vecinos de mi edificio salen a la calle desilusionados, se miran a las caras, no comprenden la tierra sin Copa del Mundo. Se pasan unos mates y reflexionan. Se preguntan cómo puede ser, siempre la misma historia, 20 años sin finales. Mientras tanto, a 10 mil kilómetros, en España dicen los periodistas: los entrenamientos más fuertes de la selección argentina fueron en materia de abrazos: abrazos antes del comienzo del partido, abrazos en los cambios, abrazos al final del partido.

[8]
Nuevamente, repasemos al escritor Fabián Casas: “Diego Maradona fue un jugador descomunal. Un rebelde táctico bendecido por un don. Los jugadores del porvenir deberían aprender eso de él. El maradonismo, en cambio, la alternativa Dalma, es un estado conservador –aunque a muchos librepensadores les parezca la encarnación de Charles Bukowski–, la perpetua repetición del error conceptual más doloroso para una persona: creer que el destino nos debe algo, que encarnamos el ser universal, que somos el pueblo elegido, la raza pura, los condecorados por Alá, puro merchandising barato y de corta duración, pero que suele costar sangre, sudor y lágrimas”.

[9]
Desde hace poco comencé a preguntarme por el fútbol. Pero no tengo nada claro. Por eso cuando me lo cuestiono, decido escribir cosas sobre la pelota. Quiénes son el fútbol, dónde sucede, cuándo. Por qué el fútbol.


-Publicado en revista La Chancleta, septiembre 2010, Entre Ríos.

Los días de lluvia cortan la luz eléctrica

Los días de lluvia cortan la luz eléctrica en toda la ciudad.
En el barrio los vecinos tienen varios paquetes de velas
ubicadas en lugares estratégicos cuando sucede
el fenómeno natural de la tormenta
y también el fenómeno artificial de cortar la luz eléctrica.
Algún día deberán indemnizar a todos los pobladores de la zona
por esta acción en contra de la humanidad.
Igual está lindo ver al cielo reinventarse en agua y viento
y esperar acurrucados en la ventana la falta de electricidad
generada por los hombres inteligentes.
Desde adentro de los departamentos pequeños
como bichitos de la luz estáticos se pueden ver esos puntos amarillos
y no pensar en otra cosa más que en esos puntos amarillos.


Poema de "Los días de lluvia cortan la luz eléctrica", 2010-2011.

Ignorancia [Philip Larkin]

Es raro no saber nada, no estar seguro
de qué es cierto o qué es justo o qué es real,
sino hablar con matices, eso creo, o bueno,
así parece, alguien debe saberlo.
Es raro no entender como marchan las cosas,
la astucia humana para hallar lo necesario,
su sentido formal, su puntual fecundar, sí,
es raro hasta el gastar ese conocimiento,
pues la carne nos ciñe con sus propias decisiones,
y pasar sin embargo la vida en vaguedades,
que cuando comenzamos a morir
no tenemos ni idea de porqué.

Los guns [Ariel Delgado]

Mi vecina escuchaba a los guns
cuando yo tenía 8 años.
Era fanática y adoraba la fama
como un triunfo a la eternidad.
En casa mi abuela se enojaba
por los parlantes a todo pedo
que aturdían sus pensamientos
de otra época.
Mi vecina nunca se dio cuenta
que el anonimato es la mejor arma
para los que son infelices.

Hoy escucho los guns
y mi abuela no recuerda el pasado.
La felicidad de ella depende
de verme a mí cantar
con un inglés de mierda.

-En "El último clásico", Ariel Delgado. Ese es otro que bien baila editorial.

Tota & Lela

Todo continúa [Sagrario Muncharaz]

Hermoso el día, pero no salgo afuera porque estoy en la casa de la escuelita que según parece no figura en el mapa. Cierro mis ojos en la siesta y me parece que estoy en mi casa escuchando risas de mis hijos y mi esposo en el comedor planeando algo de turismo. No quiero abrir mis ojos, quiero cerrarlo tan fuertes que solo mis oídos escuchen y creer que todo continúa.

Ser invisible bajo el sol [F. Casas]

(Leído al recibir el premio "Anna Seghers" en Alemania).


Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acogedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.
El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.
Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.


Berlín, noviembre de 2007

Luz de una nueva estrella [D. Durand]

Miro una foto en la que soy muy joven.
Los ojos muy abiertos y claros. Un rostro
sonriente a pesar que trato de ocultarlo.

Sé que en esta época pensaba que era viejo.
Sé que lo mismo pasa ahora.

En diez años más pensaré que hoy era joven
y sin embargo estoy mirando fotos viejas
y recordando el pasado.

Es imposible no caer en este abandono.

El deleite de saberse fuera de todo movimiento,
el placer de sentir el cuerpo hostigado por drogas,
deportes y complejos vitamínicos que lo electrizan
y después lo dejan blandamente
sobre las superficies y moldes que lo contienen.

La alimentación natural nos deja buenos y tontos.
La carne y el alcohol activan el cuerpo y la mente
y matan pronto.
El amor nos enloquece más rápido que el arte.
Los viajes nos dejan transparentes, los amigos pueden
traspasarnos con el dedo.
Vivir siempre en el barrio nos asegura un error duradero.

El trabajo aniquila nuestra voluntad.
La pareja aniquila el deseo y engendra
poderosas frustraciones.
Sólo podemos desplazarnos libremente
de derrota en derrota, real movimiento:
luz de una antigua estrella.

[En "Ruta de inversión", de Daniel Durand, Gog y Magog, 2007]